jueves, julio 25, 2013

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Es la mañana de Rosh HaShaná, el Año Nuevo judío. Raquel entra al cuarto de su hijo, corre las cortinas, abre las persianas, y grita:

-¡Jaime, Jaime: levantate que tenés que ir a la sinagoga!

El hijo remolonea, se da vuelta en la cama y se tapa la cabeza con la frazada. La madre insiste:

-¡Jaime, Jaime: levantate! ¡Es Rosh HaSaná y tenés que ir a la sinagoga!

-No quiero, ma...

-¿Cómo que no querés?

Va a estar todo el mundo: los Goldstein, los Grinberg, los Perelman, los Gurfinkel, los Finkelstein... ¡Tenés que ir!

-Ya te dije que no quiero...

-¿Y se puede saber por qué no querés ir a la sinagoga?

-Por dos razones: una es que a todos los que nombraste no me los banco, y la otra es que ellos tampoco me bancan a mí.

Y la madre, enojadísima, le grita;

-Bueh, yo te voy a dar dos razones para que vayas: ¡tenés 54 años y sos el rabino!


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